Hoy hemos estado en una fiesta infantil en casa de unos amigos.
Castillo hinchable, carrito de helados, perritos calientes, refrescos, animadores, mago…
Una fiesta divertidísima que cada año preparan Luis y Any para sus nietos y los amigos de sus nietos.
JAN estaba encantado, eran muchos estímulos y diversión.
Me ha hecho mucha ilusión volver a ver a toda la familia. Me ha emocionado mucho saber que María sigue nuestro blog.
JAN ha conectado de una forma especial con Luis, no paraba de mirarle y se quedaba muy tranquilo en sus brazos.
¡Gracias amigos por organizar esta preciosa fiesta!
Luego por la noche, después del baño, nos hemos puesto a jugar en la cama Mónica, JAN y yo.
JAN no paraba de dar vueltas, estaba muy activo.
Se ponía a cuatro patas y se balanceaba. Reptaba hacia atrás y daba vueltas y más vueltas.
Nos encanta verle así.
Cada vez que Mónica escuchaba aquellas palabras se estremecía soñando con que el mago algún día, guiado por su magia, encontrase ese amor junto a ella.
-¡Oh! ¿pero es que aún no saben que están enamorados el uno del otro?
-Así es Jan, aún no se han dado cuenta.
-Pero, ¿cómo puede ser? –preguntó sorprendido-. Si los dos tienen la magia de su lado.
-Así es, pero les falta el truco final –le explicó a Jan.
-¿El truco final?, pero… ¿en qué consiste ese truco?
-Muy pronto lo sabrás, no te impacientes, no tengas tanta prisa.
Bernardo era el mago y, ocasionalmente, ejercía de cocinero, bien porque hubiera algo que celebrar o bien si notaba que sus compañeros se sentían cansados, o los ánimos estaban un poco bajos. Era entonces cuando convocaba a todos los integrantes del circo a una cena especial en la que les deleitaba con los platos más coloridos y aromáticos que podía inventarse.
Aquella noche, Bernardo quiso acompañar la cena con una de sus especialidades: Los panecillos de los deseos. Eran unos pequeños bollitos en cuyo interior podías encontrar aquello que más deseabas en el mundo. Bernardo, por su condición de mago sabía perfectamente que el secreto de la magia estaba en la ilusión, de modo que la propia magia exigía de los comensales un grado de ilusión extremo para hacer que dentro del panecillo alguien encontrara aquello que tanto le ilusionaba. Nunca nadie sabía qué o quién encontraría esa noche algo en el interior de su panecillo, así es que aquellas cenas tenían una atmósfera especial en la que todos estaban pendientes los unos de los otros, y reinaba la expectación y la emoción. A veces, incluso hacían apuestas.
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