El otro día tuvimos que sacarle sangre a JAN para unos análisis rutinarios de tiroides y otras cosas.
Es algo simple sin importancia, pero por alguna razón, quizás porque estuvimos en el mismo lugar donde le sacaron sangre de chiquitito (aquel día inolvidable que le hicieron la prueba del cariotipo para saber si tenía un cromosoma de más en el par 21), yo lo viví así:
…camino intranquilo por la sala de espera. Imagino la aguja traspasando la piel de mi pequeño y siento miedo. Me agarro a la idea de que no va a llorar, de que va a ser fuerte. Entre el murmullo de las blancas paredes intento pensar que ese llanto que percibo no es el de mi hijo. Sigo caminando, paseando el carrito vacío, dando círculos por la fría sala. De nuevo escucho el llanto, pero esta vez más claro, es él. Mi corazón se acelera. Cada vez camino más rápido. Más lloros, y siguen siendo de él. Parece mentira pero no lo soporto. Imagino la sangre saliendo de su pequeño cuerpo, imagino la aguja perfecta dentro de su delicada piel. Se abre la puerta. Respiro. Mierda, no es él. Es una niña compungida abrazada a su madre. Sigo caminando. Sigue bombeando mi corazón. Parece que ya no le escucho. Respiro. Se abre la puerta. Ahora sí, el pequeño JAN sale junto a su madre, abrazadito, triste. Mónica parece serena, me dice que durante el pinchazo no lloró, que solo cuando salía la sangre. Por fin ha pasado…
Parece mentira que un pequeño pinchazo en el brazo de mi hijo me pueda crear tanto agobio.
Recuerdo con una mezcla de miedo y cariño cuando de pequeño me sacaban sangre, al parecer era bastante valiente y lo mejor era que al terminar mi madre me invitaba a un rico desayuno y así llegaba más tarde al colegio.
Pero cuando la cosa tiene que ver con que mi hijo sienta dolor, lo paso fatal. Seguramente más de una persona que esté leyendo esto no lo entienda, pero es lo que me pasa. Parte de lo que sentí creo que tuvo que ver con el hecho de no poder entrar en la sala, solo permiten entrar a una persona, Mónica me dijo que si quería entrar yo con él, pero no quise… me quedé esperando fuera, mi imaginación es muy poderosa y encima estuvo acompañada de escuchar su llanto…
Como ya puse un día en uno de los post de este blog, el dolor es parte de la vida, dolor físico y dolor emocional, aunque a mi me cueste mucho aceptarlo, debo pasar por ello.
Hijo, eres muy valiente, admiro tu fortaleza y trataré de aprender de ti.
Seguro papi, que te dolia a ti más que a Jan. Solo hay que ver su cara y ver que es todo un «CAMPEON».
Saludos
La verdad es que no se que duele más la carita de Jan, con esos ojitos preciosos rojos, bracito…. o los ojos de Moni, la verdad es que dicen muchas cosas.
Ya ha pasado, otra prueba más, no se si nos acostubraremos a tantas pruebas algún día.
Besos y mas besos para los tres, pero creo que esta vez mis besos tienen una persona a la que irán en especial y es Mónica.
Bea.